viernes, 11 de octubre de 2019

Hijos del páramo, hijos de la tierra

Que a los hijos del páramo, hijos de la tierra, la Pachamama los bendiga. Quisiera tener el corazón indígena, su valentía y hasta el color de su piel. Recuerdo cuando era chico en mi paisito (Uruguay) jugaba con unos vaqueros e indios de esos de plástico, mi mamá que siempre la recuerdo a mi lado, me decía: "hijo, por qué en tus juegos siempre ganan los indios" yo, con esos ojitos y piel blanca de criollo le decía "mami, yo soy Charrúa", mi madre sonreía con ternura y más que nadie comprendía mi sueño imposible, ahí comenzó la historia de mi empatía. Por desgracia, en estos días, en mi nueva tierra de adopción (soy un irredento nómada y apátrida que vino a que le conquistara el paraíso ecuatoriano) he visto y he vivido amargos momentos y al tiempo, emocionantes jornadas de movilización social, no solo de la causa indígena, sino también de gran parte del pueblo ecuatoriano (ahí empiezan los heraldos negros, más abajo les pongo el poema de César Vallejo). La contemplación de tantas imágenes, sonidos, sollozos, llantos y golpes sufridos por este bendito pueblo en estos días, me resquebrajan el alma pero sobre todo, desatan en mí la trágica impotencia de unos tiempos donde las movilizaciones sociales forman parte de un anacronismo vago contado con absoluta desensibilización desde las redes sociales, porque la prensa, Dios mio, la prensa ha pasado a ser parte del aparato de anestesia colectiva y la sociedad unidimensional de la que hablaba Marcuse... ahora entiendo la neutralidad referida por McQuail. Volviendo a la causa de los hermanos indígenas del Ecuador, ésta se ha convertido por mérito propio en su causa, no tanto porque no sea la de todos (la causa de la socorrida espalda de los pobres sosteniendo la deuda pública del mundo)  sino porque ellos la lideran con la entereza, la firmeza, la valentía, el coraje, la honestidad, la gallardía, el ímpetu y el honor que, definitivamente ha perdido la "clase" política. Su representación, casi en carne viva, ha sido tan gráfica en estos días, viendo su transitar del campo a la ciudad en riadas de solidaria y preclara convicción que no conmueve únicamente a los sociópatas, porque el resto, los demasiado humanos, que diría Nietzsche, recordamos al ver la crudeza de su lucha, las purulentas llagas del poema de Hughes, denominado tan certeramente: JUSTICIA, palabra que lleva el pueblo indígena ecuatoriano escrito en la frente.

JUSTICIA

Que la justicia es una diosa ciega
Es algo que nosotros los negros entendemos:
Su vendaje oculta dos llagas purulentas
Que una vez quiza fueron ojos.

Langston Hughes (Estados Unidos, 1902-1967)
Traducción de León Blanco


LOS HERALDOS NEGROS

Hay golpes en la vida, tan fuertes... ¡Yo no sé!
Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,
la resaca de todo lo sufrido
se empozara en el alma. ¡Yo no sé!
Son pocos; pero son. Abren zanjas oscuras
en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.
Serán tal vez los potros de bárbaros atilas;
o los heraldos negros que nos manda la Muerte.
Son las caídas hondas de los Cristos del alma,
de alguna fe adorable que el Destino blasfema.
Estos golpes sangrientos son las crepitaciones
de algún pan que en la puerta del horno se nos quema.
Y el hombre. Pobre. ¡Pobre! Vuelve los ojos, como
cuando por sobre el hombro nos llama una palmada;
vuelve los ojos locos, y todo lo vivido
se empoza, como charco de culpa, en la mirada.
Hay golpes en la vida, tan fuertes. ¡Yo no sé!

César Vallejo, 1917, poeta peruano




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