Más allá de los esfuerzos integrativos por soslayar el sangrante problema de las escuelas y la complejidad epistemológica (Cepeda, 2014) no cabe duda de que los psicólogos, en general, aceptan la Psicología como una ciencia, del comportamiento o la conducta. Ardila (2016) describe hasta 11 premios nobel otorgados (en Fisiología, Filosofía, Economía y Literatura) relacionados con la Psicología. Lo cual no parece un problema, sino una virtud puesto que tampoco existe el nobel en Matemáticas por ejemplo. Skinner recibió en 1968 la Medalla Nacional de Ciencia lo que da una idea de la contribución de la Psicología a la misma. Sin embargo, en los últimos años, a 142 años casi de su creación, nuestra joven ciencia acumula algunos enquistamientos añadidos al inconcluso asunto de las escuelas. A saber:
1) Tan solo un 30% de la población general asocia la Psicología con la ciencia (Lilienfeld, 2012).
2) Existe un elevado número falsos positivos en la investigación científica psicológica (Simmons et al., 2011).
3) Las revistas de Psicología tienen escaso impacto en comparación con otras ciencias (Por ejemplo, en Scopus Annual Review of Psychology está en primer lugar, en el puesto 66 del ranking de revistas y con un impacto de 10.23, eso sí con un buen índice H, de 256).
4) Proliferan las curas milagro, las mentiras y los maquillajes (Valero-Aguayo, 2018).
5) Siguen imperando, al menos en el medio latinoamericano los argumentos ad novitatem en contra del conductismo (tantas veces criticado por el profesor Alejandro Herrera Garduño) y proponiendo como solución el buenismo integrativo y la complejidad, lo idiosincrásico y lo fenomenológico (esto no es algo nuevo). Eso sí nos entra mucha nostalgia cuando recordamos el rigor del conductismo clásico y la reflexología (Cepeda, 2014).
El problema no puede ser nunca la solución, debemos retornar a lo que hizo de la Psicología una ciencia de la conducta y replantearnos si es necesaria la integración o la separación dadas las irreconciliables posiciones entre escuelas (Staats, 1980 en Yela, 1996). Aún se sigue apelando además en todas las facultades del mundo al constructivismo sin guía (Kirchsner et al., 2006) y la paupérrima crítica a esos ya clásicos estudios que lo desacreditan en un intento furibundo por mantenerlo en pro de la satanización conductista, con el solo y manido argumento de que el aprendizaje es activo, como si el conductismo negara la acción de los organismos, chistosa paradoja. La complejidad es otro argumento inválido, apelando al simple principio de parsimonia y recordando liberalmente a Sober (1981) se podría decir que esta no consiste solo en un proceso eliminativo sino en considerar que la complejidad no es necesaria cuando pretende explicar algo que no existe o cuando simplemente no explica nada o resulta tautológico (y no existen los homúnculos). También se han manoseado hasta la saciedad los paradigmas o las reglas de Kuhn como quien compra naranjas a diario en el mercado y terminan pudríendose y se hace un abuso de los términos kuhnianos como si fueran postulados incólumes cayendo en la misma vulgaridad que critica (Santibañez, 2008). La moda del "todo vale", el deseo o la publicidad hacen que sea más atractivo citar a Freud que a Wittgenstein. Criterios piadosos conducen a la integración en una melaza indigerible de técnicas y escuelas. Antes de que la desesperanza habite entre nosotros debemos recuperar los experimentos, el laboratorio, los ensayos controlados y el rigor metodológico de la ciencia en Psicología.
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