domingo, 27 de diciembre de 2020

Psicología y ciencia: death note

Más allá de los esfuerzos integrativos por soslayar el sangrante problema de las escuelas y la complejidad epistemológica (Cepeda, 2014) no cabe duda de que los psicólogos, en general, aceptan la Psicología como una ciencia, del comportamiento o la conducta. Ardila (2016) describe hasta 11 premios nobel otorgados (en Fisiología, Filosofía, Economía y Literatura) relacionados con la Psicología. Lo cual no parece un problema, sino una virtud puesto que tampoco existe el nobel en Matemáticas por ejemplo. Skinner recibió en 1968 la Medalla Nacional de Ciencia lo que da una idea de la contribución de la Psicología a la misma. Sin embargo, en los últimos años, a 142 años casi de su creación, nuestra joven ciencia acumula algunos enquistamientos añadidos al inconcluso asunto de las escuelas. A saber:

1) Tan solo un 30% de la población general asocia la Psicología con la ciencia (Lilienfeld, 2012).

2) Existe un elevado número falsos positivos en la investigación científica psicológica (Simmons et al., 2011).

3) Las revistas de Psicología tienen escaso impacto en comparación con otras ciencias (Por ejemplo, en Scopus Annual Review of Psychology está en primer lugar, en el puesto 66 del ranking de revistas y con un impacto de 10.23, eso sí con un buen índice H, de 256). 

4) Proliferan las curas milagro, las mentiras y los maquillajes (Valero-Aguayo, 2018).

5) Siguen imperando, al menos en el medio latinoamericano los argumentos ad novitatem en contra del conductismo (tantas veces criticado por el profesor Alejandro Herrera Garduño) y proponiendo como solución el buenismo integrativo y la complejidad, lo idiosincrásico y lo fenomenológico (esto no es algo nuevo). Eso sí nos entra mucha nostalgia cuando recordamos el rigor del conductismo clásico y la reflexología (Cepeda, 2014)

El problema no puede ser nunca la solución, debemos retornar a lo que hizo de la Psicología una ciencia de la conducta y replantearnos si es necesaria la integración o la separación dadas las irreconciliables posiciones entre escuelas (Staats, 1980 en Yela, 1996). Aún se sigue apelando además en todas las facultades del mundo al constructivismo sin guía (Kirchsner et al., 2006) y la paupérrima crítica a esos ya clásicos estudios que lo desacreditan en un intento furibundo por mantenerlo en pro de la satanización conductista, con el solo y manido argumento de que el aprendizaje es activo, como si el conductismo negara la acción de los organismos, chistosa paradoja. La complejidad es otro argumento inválido, apelando al simple principio de parsimonia y recordando liberalmente a Sober (1981) se podría decir que esta no consiste solo en un proceso eliminativo sino en considerar que la complejidad no es necesaria cuando pretende explicar algo que no existe o cuando simplemente no explica nada o resulta tautológico (y no existen los homúnculos). También se han manoseado hasta la saciedad los paradigmas o las reglas de Kuhn como quien compra naranjas a diario en el mercado y terminan pudríendose y se hace un abuso de los términos kuhnianos como si fueran postulados incólumes cayendo en la misma vulgaridad que critica (Santibañez, 2008). La moda del "todo vale", el deseo o la publicidad hacen que sea más atractivo citar a Freud que a Wittgenstein. Criterios piadosos conducen a la integración en una melaza indigerible de técnicas y escuelas. Antes de que la desesperanza habite entre nosotros debemos recuperar los experimentos, el laboratorio, los ensayos controlados y el rigor metodológico de la ciencia en Psicología. 


También de interés: Una historia de las ciencias de la conducta

miércoles, 16 de diciembre de 2020

Mutismo electivo en la Educación en línea

"Si la globalización no es servil a la gente y los pueblos, no es útil, no tiene razón de ser" Gonzalo Fossa, UBA, 2011.


Existen dos raíces teóricas sobre las que se elevan los estudios de mutismo electivo, originalmente el grupo de población target ha sido la infancia. Por un lado están los estudios de Wilkins que sostienen que el mutismo electivo es un trastorno específico en que el niño a pesar de tener la capacidad de hablar y ausencia de cualquier trastorno orgánico, simplemente rehúsa comunicarse. Estudios paralelos y con grupos control con mayor validez de constructo fueron los realizados por Bahid y Srinath (1985) que mantienen que se trata de un trastorno emocional de la infancia asociado con timidez patológica (fobia social), ansiedad y depresión. 

Durante este período de confinamiento, cuarentenas y restricciones de bioseguridad hemos tenido que aprender a convivir y ver las fortalezas del sistema de Educación en línea, que estoy seguro de que las tiene. Sin embargo, al tener la oportunidad de conversar con docentes de varios países latinoamericanos y europeos me he encontrado una curiosa realidad común, transcultural. La mayoría de los estudiantes permanecen con sus cámaras apagadas y en silencio, algo que no es exclusivo de los alumnos, también los docentes hacen lo propio en reuniones y eventos formativos. Esta conducta persiste incluso a pesar de las estrategias de instigación conductual para prenderlas, reforzamiento, normativas y lineamientos, etc. Es indudable que el sistema permite que prolifere la picaresca, con excusas terriblemente variopintas o abigarradas, los problemas de conexión reales debidos a la brecha digital (cfr. Martínez y Bermúdez, 2012) y probablemente otras razones que desconozco. Empero, tomando consciencia de esta realidad me pregunto: ¿Se trata de un problema emocional? ¿Se debe a la situación psicopatológica del confinamiento? ¿Es todo picaresca académica? ¿Forma parte de una subcultura del juego de roles? ¿Por qué incluso cuando se interpela a los estudiantes no contestan o tardan una eternidad en responder? ¿Es una suerte de catalepsia telemática? ¿Es un caso particular de mutismo electivo adulto? ¿Qué hay de psicopatológico en todo esto? Finalmente, todo ello conduce a una situación ridícula, un absurdo, un oxímoron más de la Educación, un paso más en el camino a la perplejidad propia la sociedad líquida de Bauman donde paradójicamente vivimos una respuesta masiva en el más puro sentido de Blumer pero con atribuciones causales individuales, cada uno hace lo que le da la gana sin importarle el otro, el proceso colaborativo que supone la educación y sobremanera el esfuerzo colaborativo que supone la educación en línea. 

Lo más importante ¿Qué podemos hacer los docentes y estudiantes ante este desconcertante y global fenómeno?

Pareciera que vivimos una nueva realidad presocrática, tenemos preguntas pero no hay respuestas y todas las reflexiones fluyen sin encontrar un paradigma férreo al que agarrarnos, no es complejidad, es perplejidad -al más puro estilo Sartre- lo que nos rodea.

Relacionado:

ver también Arrival en este blog

Para profundizar en la investigación del tema Castellano, Carrera y Crespo (2020) presentan un asombroso estudio al respecto.

Cfr. 

https://drive.google.com/file/d/1ATlwohbl6GC8rEErCqcsVU1aYmREaXwh/view?usp=drivesdk


domingo, 13 de diciembre de 2020

Arrival

Vibraba el teléfono y he oído el timbre. He cogido el móvil. No me he enterado bien. He dejado el teléfono sobre la mesa. He dicho: «¡Sedna!» Los ojos de mi perra delataron mi impotencia, ella no juzga. Ha venido con sus gruesos labios y casi ha cogido el teléfono. Yo miraba por la cámara de la computadora y la explicación no parecía poder ser entendida. He mirado otra vez: «¿Hay alguien ahí?». Pero nadie respondió tras la pantalla, la mancha negra y los blancos nombres habitaban como sopa de bacterias en un mundo inhóspito. «También se funden estos led, Sedna» No; es que se ha quedado sin batería. « ¡Enchufa perra estúpida!» Está hablando con una perra mi amo. «¡Sedna!» Tan gorda, tan sonriente de hocico arrugado. Habla serio, mira "ve". «No hay nadie.» «Ya no hay más nada».

Tan surrealista como ese "tiempo de silencio" se tornaron las clases en línea. Todos estamos abocados a asumir ese fracaso, padres, hijos, políticos y educadores. No hay cicatrizante para esta herida. Es una pantomima propia del Tartufo y tan ansiógeno como el esperpento regeneracionista de Valle Inclán. Todos los males de las redes sociales se conjuran en esta caja de pandora denominada "Educación en línea". De forma inmediata las caras de mis estudiantes se convierten en emoticonos inexpresivos, desvitalizados como si los hubiese dibujado el mismísimo Jeffry Dahmer cuando la clase empieza. 

Quisiera ser la voz de todos mis compañeros, encadenados a sus computadores y su "terrific" (El tricicle) particular. Parece chiste. Intentaré acercarme a su desolación y sentarme con ellos de forma imaginaria en esos bancos del Orsted Parken, en los que solía sentarme durante horas a contemplar el lago. Y en definitiva, entre la vía de Demócrito, reir, y la de Heráclito, llorar, en palabras de Séneca, es preferible lo primero. Les contaré algunas estupideces o plañideras, según se sienta usted cómodo en una u otra posición. 





A menudo veo muertos, ah no, estudiantes en línea. Uno de ellos parece moverse erráticamente en la oscuridad, como en Walking Dead, otros son apenas un resplandor, la cámara se enciende y se apaga, otros simplemente se arropan, otros no tienen cámara. Perros, gatos, loros, pasan por la pantalla como si la educación en línea fuera la jaula de Konrad Lorenz. Llantos, risas de magnífico estruendo, peleas, maullidos, gemidos y hasta un profano "vete a la compraaaa" ¿Qué más poesía urbana se puede tener, cuánta más creatividad que la de la clase en línea? La más de las veces se va la luz, o ingresan y salen de la aplicación como quien da un portazo "profe es que me salí ¿ Me habilita de nuevo?" Ya mijo, ya nos dimos cuenta de que se salió, nos dejó usted con la palabra en la boca. Otros pasan más tiempo en la sala de espera que en la de su grupo. Quien más, quien menos, ha dicho alguna vez que no tenía micrófono aunque la aplicación diga lo contrario. Pocos podrán decir que no han dado una clase con incrustaciones pornográficas de algún hacker que ha decidido jugar a duendecillo monosabio, asistente virtual. El docente debe saber que en la sala no se grita pero que muchas veces ni gritando, ni ante alaridos responden muchos que simplemente no están ahí, sino sus sombras que les han robado el nombre y a veces ni con esas, el estudiante no aparece en nómina porque no es él, es el perfil de la hermana, de la tía, de la abuela, de la prima, de la medio hermana, de la medio prima y hasta del vecino, que es que tiene mejor internet "profe". De repente, un extraño, ¡ah no, son gemelos! -No profe, lo que pasa es que estoy en la "compu" y en el "celu"-. Otras veces se me pierden estudiantes en el ciberespacio entre la sala general y los breakout rooms y es que estaba "con los datos". Pero la experiencia más hermosa compartida tuvo lugar cuando una compañera de California, profesora de español me comenta - "¿No te ha pasado que llevas una hora pensando que compartes pantalla y nadie te lo dice?"- no sabía efectivamente si estaba viviendo un deja vu. Lo más triste es que uno ya no mira a los ojos de sus alumnos, no existe un apretón de manos al llegar y al saludar o una mano al hombro de consuelo, una sonrisa en directo o un "fulanito" le estoy viendo. Porque no los ves, no los tocas y la mayoría de las veces ni los oyes. A veces pasan minutos y minutos en que me siento astronauta de la SETI o protagonista de Arrival.

N.B. El primer párrafo es una adaptación libre de la obra "Tiempo de silencio" de Luis Martín Santos


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